El momento en que se instalan las nuevas autoridades de la enseñanza parece oportuno para plantear una pregunta que puede ayudarnos a evaluar su futura gestión. ¿Qué es el éxito educativo? O más precisamente: ¿qué puede considerarse un éxito educativo en el Uruguay de hoy?
Sería un error reducir el éxito a nuevos aumentos del presupuesto educativo. Razonar de esta manera implica, en primer lugar, confundir los medios con los fines. Pero, además, si seguimos aumentando el gasto sin conseguir mejoras en los resultados, no estaremos logrando un éxito sino un fracaso: en definitiva, no habremos hecho otra cosa que volvernos menos eficientes de lo que ya somos.
El éxito educativo tampoco puede consistir en una mejora de algunos indicadores tradicionales como la cobertura o la repetición. Una mejora de la cobertura (es decir, del porcentaje de chicos en edad de asistir a clase que efectivamente lo hacen) puede ser parte del éxito pero no el éxito en sí mismo. Si aumentamos la cobertura al precio de bajar el nivel de exigencia, no habremos hecho más que construir un enorme engaño colectivo. La repetición, por su parte, es un indicador muy poco digno de confianza. Que un alumno no repita puede querer decir que hizo los aprendizajes esperados, o bien que los docentes se sienten presionados por las autoridades y están bajando la proporción de repetidores para evitar problemas. Ningún análisis de las cifras podrá sacarnos esa duda.
En el Uruguay de hoy, el éxito educativo, aquel al que todos deberíamos aspirar y en función del cual deberíamos evaluar el desempeño de las nuevas autoridades, puede resumirse en la siguiente fórmula: mejor cobertura + mejor calidad global de aprendizajes + reducción de la brecha de aprendizajes.
La mejora de la cobertura (lo que esencialmente significa una reducción del abandono escolar) es una condición necesaria aunque no suficiente del éxito educativo. Si no conseguimos que los miembros de las nuevas generaciones asistan a clase, no podemos pretender nada más. Pero además hace falta que, como resultado de esa asistencia, los alumnos efectivamente aprendan. De nada sirve tenerlos en las aulas si sólo van a encontrarse con un alto ausentismo docente, con un bajo nivel de enseñanza y con un clima de inseguridad. Mejorar la calidad de los aprendizajes es el objetivo real. Y una manera imperfecta pero razonable de verificarlo es atender a los resultados que obtienen nuestros estudiantes en las pruebas PISA. Mejorar la posición del país en el ranking generado por esa medición internacional debería ser un objetivo de todos.
Pero el problema no es sólo que nuestros estudiantes puntúan mal, sino que somos el país con mayor desigualdad educativa en América Latina. En ningún otro hay tanta distancia entre lo que aprenden los que aprenden menos y lo que aprenden los que aprenden más. Dos maneras posibles de mejorar el resultado global en el PISA sería mejorar aún más los niveles de aprendizaje de los mejores, o hacer crecer levemente ese grupo. Pero eso no sería un éxito. El éxito consistiría en reducir la brecha a medida que mejoramos la calidad global.
Muy buen material, aunque al corporativismo no le va a gustar. Es una gran realidad que estamos mal y que podemos mejorar y que la solución no esta muy lejos, pero implica un compromiso de todos los actores: autoridades, padres, docentes, alumnos y comunidad.
ResponderEliminarHay una idea general de que estudiar, saber, leer no esta de moda, eso debemos cambiarlo también
Gracias por tu aporte, Lara.
ResponderEliminarConcuerdo en que la solución ni está tan lejos ni es tan difícil cuando se asumen los compromisos necesarios.