En un reciente informe de la OECD se hace alusión a un tema que viene ocupando tiempo, esfuerzo y tinta a mucha gente relacionada con las TICE: la segunda brecha digital.
Tratando de definirla, diríamos que es la que divide a aquellos que disponen de las competencias y habilidades para beneficiarse del uso del ordenador de aquellos que no. El tema no es nuevo, y desde hace años es el centro de acaloradas discusiones. Lo que me llama la atención es que ahora sí parece ocupar las agendas de algunos ministerios de la educación de la OECD.
Las razones pueden ser muchas y variadas: demanda de la sociedad en general, demanda de las empresas tecnológicas, acción de grupos civiles que reconocieron el problema y tomaron cartas en el asunto...Para muchos, esta segunda brecha es más importante, profunda y grave que la primera, y estamos, ahora sí, presenciando las consecuencias de no obrar en el buen sentido. Esto tampoco es nuevo, y se ha venido repitiendo con alarmante regularidad a lo largo del mundo...
Pasado el entusiasmo general por la obtención de los recursos técnicos necesarios (léase ordenadores, conectividad, cursos...) comienza la fase de cuestionamiento, de duda, respecto a qué hacer y cómo hacer con el material disponible. En la primera fase, los técnicos dominan el panorama, y está bien que así sea, porque son ellos los más indicados para resolver los problemas que allí se suscitan. En la segunda fase, es el turno de los docentes y pedagogos, y está muy bien que así sea, porque son ellos los que deben definir los mejores usos de la herramienta.
Para muchos, esta segunda brecha es una oportunidad para poner sobre la mesa y discutir ampliamente el problema de profundizar aún más las inequidades por culpa de la tecnología, invirtiendo entonces la razón que dio origen a la integración de las TICE. El remedio se vuelve peor que la enfermedad...
Creo fervientemente que la tecnología está para ayudarnos y mitigar el impacto de estas desigualdades. Para mí, no es problema de la tecnología, es problema de los humanos. Un problema complejo, sin dudas, pero apasionante. En mi país, el Plan Ceibal comienza a sentir la importancia de este problema. Desde distintos ángulos y ámbitos, el tema se plantea y comparte. Los docentes son quizás los más preocupados, y la expresión de sus inquietudes es evidente en foros y reuniones impulsadas por asociaciones civiles.
Hay mucho por hacer. Lo importante es empezar.
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