Diario "El observador", Uruguay .
En el barrio Casavalle, una de las "zonas rojas" de Montevideo, el liceo Jubilar desarrolla desde 2002 un modelo educativo diferente, que está dando buenos resultados.
El liceo tiene cupos limitados (175 alumnos en 5 clases, de 1ro a 3er año), horario extendido (cursos de 8 a 18 de lunes a viernes y los sábados se estudia de mañana), actividades que enfocan al alumno como ser integral y estrictos niveles de exigencia que redundan en auspiciosos resultados: en 2009 ningún alumno repitió de año ni desertó.
Los padres se organizan en comisiones para elaborar comidas, realizar el mantenimiento del local y acompañar a los alumnos en las salidas. Aunque la asistencia es gratuita, cada familia realiza el aporte económico que esté a su alcance. Dos veces por año los alumnos pintan los salones. Cada año se inscriben más de 200 niños pero sólo ingresan 70 luego de un estricto proceso de selección que incluye pruebas académicas, visitas al hogar, análisis del compromiso de cada familia con la educación de sus niños y, finalmente, un sorteo.
La mayoría de los profesores son jóvenes y se percibe su compromiso con el proyecto, aún cuando la ubicación del liceo y los salarios (apenas inferiores a los que paga educación pública) generan una alta rotación docente. “No se ven los problemas de conducta y de agresividad de otros centros”, resalta Alfonso, profesor de historia. A cada niño se le brindan útiles escolares, libros y demás materiales académicos. “Vienen dispuestos a estudiar y generamos un vínculo más estrecho con ellos, por eso podemos exigirle un poco más”, agrega el docente. Álvaro, docente de Física, resalta que en las reuniones de coordinación “se planifica en serio y se logran resultados”. “No es una cuestión reglamentaria, como en otros liceos públicos y privados, donde terminamos hablando de bueyes perdidos”, grafica.
Los alumnos se muestran entusiasmados con la propuesta. Basta charlar con cualquiera de ellos para percibir cómo la experiencia cambia sus vidas. “En casa, no me hacía ni mi cama”, cuenta Sebastián, en una ronda de alumnos de 3er año. A su compañero Nicolás le atrae el trabajo en grupo y los talleres extra-curriculares. “Estamos casi todo el día acá, te sentís querido, y entonces no te surge andar en la calle”, plantea Valeria. Al principio, Katriel se asustó con la exigencia pero después le encontró sentido, hoy la valora y ya proyecta estudiar administración de empresas. “Si estudiás, el liceo no es difícil, pero igual a veces la mayoría se saca los escritos bajos”, recuerda.
Los alumnos se sienten diferentes a los pares de su entorno. Reciben comentarios como “antes no valías tres pesos y ahora te la tirás de cheto”. Ocasionalmente, la discriminación se siente. Natalia cuenta: “Te hacen sentir un elegido, como que sos un traga por venir acá, pero tenemos claro que somos del barrio, todos iguales, y eso tratamos de explicar a los que no vienen acá”. Varios vecinos consultados perciben que el liceo es “elitista” y “filtra a los mejores”. Como parte de la integración al barrio, los alumnos realizan servicios solidarios en instituciones de Casavalle. Al decir del director, cada alumno “es un agente de transformación”, que en base a un sentimiento de pertenencia, debe contagiar y devolver lo que ha aprendido para que la experiencia vivida sirva como “trampolín para salir de la pobreza”.
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