La Nación de Costa Rica/GDA
Es mejor que no se le ocurra decirle una
mentira piadosa a un niño, ni siquiera ocultar –o retrasar– información,
porque ellos saben cuando alguien les miente o no les dice toda la
verdad.
Tampoco intente confundir a un menor dándole más
información de la que necesita, porque su atención seguirá en el foco de
lo más importante para él, y probablemente le dirá que le aburre
escuchar tanta palabrería.
Estas son la conclusiones de dos estudios realizados
por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). En la primera
investigación, la especialista en ciencias cognitivas Hyowon Gweon y su
equipo determinaron que los niños no solo detectan cuándo se les miente o
se les da una verdad a medias, sino que, cuando se les oculta algo,
ellos buscarán la forma de llenar esos vacíos de información,
especialmente si el tema es de su interés.
“Cuando alguien da información, no solo aprenden lo
que la persona busca enseñar, también algo sobre esa persona. Si la
información es completa y veraz, confían en esa persona en un futuro”,
comentó Gweon en un boletín.
“Pero, si esta persona enseñó o dijo algo incorrecto,
cometió un error u omitió algo importante, tal vez suspendan la
confianza, sean escépticos sobre información que dará en un futuro o
incluso busquen otras fuentes de información”, agregó.
La explicación.
La explicación.
El reporte de Gweon se basó en un trabajo previo en el que una maestra les explicaba a niños de seis y siete años solo una de las cuatro funciones que tenía un juguete. Luego se lo daban.
En un inicio, los niños solo se enfocaron en esa
función explicada, pero después exploraron otras. Al final se les pidió
evaluar a la maestra, y los niños que descubrieron más funciones del
juguete le dieron una calificación más baja.
En este segundo estudio, los investigadores
seleccionaron niños de esas mismas edades.
Primero les dieron el juguete
para que lo manipularan y jugaran con él a su antojo. Posteriormente,
una maestra les explicó solo una de las funciones que tenía el juguete.
Los menores participantes descubrieron rápidamente
que la maestra estaba ocultando información y, no solo eso, se lo
dijeron: le hicieron ver la información que al parecer estaba omitiendo.
A la hora de calificarla, los estudiantes fueron
mucho más duros que en el estudio previo. Los investigadores apuntan a
que hubo pérdida de confianza en el adulto.
“Esto demuestra que los niños no solo tienen
sensibilidad para determinar quién dice lo correcto y quién no. Además,
ellos pueden evaluar a los otros basándose en que la información
aportada no es suficiente”, señaló Gweon.
¿Y si la información es mucha? Gweon y sus
colaboradores también hicieron un experimento en el que un maestro daba
más información de la que el niño requería para poner a funcionar el
juguete.
Descubrieron que cuando se da más información de la
que el niño requiere –o datos que el menor ya conoce–, esto es percibido
a los pocos minutos , y conlleva a una pérdida de atención.
“Esto lo que nos demuestra es que ya desde pequeños
sabemos cómo ir construyendo nuestras actividades a partir de la forma
en la que discriminamos la información que tenemos, y también sabemos
cuándo debemos buscar más datos”, concluyó Gweon.
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